lunes, 12 de mayo de 2008

Parte I. El equipaje te delata:

De cuero, gastada, reforzada en los bordes, se abre mediante una pequeña llavecita. Su maleta es más una reliquia, una huella del pasado en el presente que se vería más adecuada en un museo.
Se percibe una gran vocación de escritora y lectora. Muchos “anotadores” y “plumas”, junto a un diario íntimo todavía sin escribir. Soportes antiguos e inutilizados que representan una gran pérdida de tiempo. Muy curioso resulta un manuscrito envuelto con mucho cuidado, sus letras están difusas, pero parece tener indicaciones sobre el destino del viaje.
El peso de su maleta supera el propio, tal vez sea la impactante cantidad de libros, no sólo de la historia de la humanidad, sino varios libros que en la antigüedad eran llamados “clásicos” por su universalidad, pero que ahora sólo merecen repudio y censura; entre ellos, el más destacado –y detestado- “Romeo y Julieta” de Shakespeare.
Tan sólo un cuarto de la valija ocupan las cosas básicas como ropa y comida.Espíritu curioso y aventurero se refleja en las lupas, en el largavista y en las herramientas para excavación que completan el contenido de su equipaje.
La etiqueta de embarque que marca el destino del viaje al “desértico” sur completa la información necesaria para poder afirmar que no se trata de un viaje para vacacionar, sino de estudio y trabajo. Aunque ello no signifique un trabajo forzado, ya que su maleta refleja su pasión por su profesión. Por ello, este equipaje no cumple la mera función de “contenedor” de cosas necesarias, sino la más profunda expresión de su vida, de su personalidad, de su pasión, secretos que deben estar ocultos.
El equipaje la delata, delata esa pasión malsana y prohibida que evoca a un pasado en particular
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Parte II. Los que se quedan:

Camino hacia la facultad, Ana escucha comentarios sobre una tal Ana de la que no se sabe nada hace casi tres meses. Le asombra el grado de desinterés con que se habla de esto, como si se tratara de una Ana poco digna. Ahora puede entender que hablaban de lo mismo, y con obvia ironía le deseaban “buen regreso a casa” esas dos viejuchas chismosas del colectivo el lunes pasado.
Antes de llegar a casa, por mera costumbre compra el diario, está cansada de que nunca suceda nada. Mientras sumerge la galletita en el café con leche, con apatía le pega una ojeada. De repente, su actitud cambia rotundamente, se distingue un gran asombro en su cara, expresión pocas veces vista en ella, al leer ese titular que hace referencia a la famosa y polémica historiadora que tanto admira. Desesperada devora el artículo en segundos, y confirma aquella sospecha indeseada: esa Ana de la que tanto se rumoreaba últimamente era MDX, de quien no se supo más luego de haber emprendido su viaje en busca de restos fósiles del pasado “hetero”.
Invadida por un odio descomunal sobre aquellas personas con esos chismes baratos, se acuesta para tratar de dormir, aunque no consigue hacerlo hasta entrada la mañana.
Me perturba terriblemente el retraso de MDX, no quiero ni conjeturar sobre ello, sólo ruego que se encuentre en perfectas condiciones. Mi admiración por ella se acrecienta día a día, esa valentía, constancia y amor por su trabajo. El compartir algo en común, nostalgia del pasado con acontecimientos verdaderamente interesantes y para nada aburridos como la actualidad rutinaria, es lo que me une a ella, lo que me hace sentir menos sola e incomprendida. Hoy más que nunca siento una conexión única. Me resulta inconcebible que todas, o por lo menos en apariencia, sientan antipatía o rencor hacía Ana MDX, pero me consuela el pensar que las otras no hacen más que reprimir sus verdaderos deseos.
Ana se volvió a quedar dormida por segunda vez en la semana, el nuevo despertador no volvió a sonar cuando debía -todavía no se acostumbra a tener que ponerle el a.m o p.m según corresponda-. Esto no fue un simple hecho aislado, fue cuestión del Destino que haría que esa mañana se quedara en su casa. Pero como el destino no funciona en abstracto, depende de instrumentos que lo ejecuten, y que a veces hacen las cosas aunque sea “medio” mal, esa mañana –por culpa del despertador, o de su despiste- perdió el parcial que definía una materia, pero por otro lado, recibió aquel sobre revelador, que contenía el diario de viaje de Ana MDX.

Parte III. El viajero: "Cuando Ana conoció a Raúl"

21 de febrero de 2365
Querido diario:
En mi afán de reconstruir nuestro pasado y reconociendo cierto empecinamiento particular en los sucesos de la “Gran Guerra de los Sexos” he encontrado al fin el ansiado manuscrito de Ana XX. Muy emocionada, mañana al atardecer, partiré hacia el desértico sur en busca de los restos fósiles de nuestros antepasados “hetero”.

30 de noviembre de 2365
Queridísimo diario:
Mi ausencia por acá no fue injustificada, tengo increíbles novedades. Fueron los seis meses más caóticos, alucinantes y maravillosos, de la historia de la humanidad. Mi visita a la región “Raúl” fue toda una revolución.
Las sorpresas no se hicieron esperar ni al segundo día de mi estadía. Apenas llegué, advertí fallas en el manuscrito de Ana XX; esta región era todo menos desértica: verde por doquier, pájaros revoloteando sobre mi cabeza y un cercano ruido a arroyo. En ese momento pensé que sería un excelente lugar para trasladar a la ya pequeñísima región “Ana”.
Unos días después ocurrió el hecho más aterrador de mi vida. Se posó frente a mí un ser animado que no entraba en el patrón de animal, pero tampoco estaba segura de lo que era, o tal vez sí, pero era totalmente descabellada esa posibilidad. Al cabo de varios segundos de inspecciones mutuas y de ver esa cara barbuda que no hacía más que expresar asombro -que de seguro, en ese último punto era también un claro reflejo de la mía- caí en la cuenta de que esa idea no era una mera posibilidad descabellada, sino una realidad: ese ser era un Hombre. No supe qué decir ni que hacer, salir corriendo espantada, abrazarlo, llorar de tristeza o alegría; todas las acciones parecían fuera de lugar. Al final lo único que me salió fue caer desmayada. Cuando desperté, ya no tenía un hombre frente a mí, sino una multitud de ellos.
Debo confesar que desde niña soñé con un futuro de hombres y mujeres, por eso mi obsesión en estudiar nuestro pasado, en el que convivían ambos sexos. Claramente, esto era un sueño prohibido, inconfesable, ya que significaba una traición hacia mis compatriotas Anas. Nunca entendí por qué nos mantuvimos separados tantos siglos, aunque comparto cierto rencor, ellos fueron los máximos culpables de la “Gran Guerra de los Sexos”: ¿en qué cabeza entra que en vez de lavar la ropa como corresponde se la saque a ventilar; que es más trabajoso afeitarse que depilarse; que es mejor mirar un partido de futbol que escucharnos a nosotras? Pero la gota que rebalsó el vaso y desató la guerra fue cuando ellos nos quitaron el carnet de conducir, ¡semejante reacción!, sólo porque cambiamos la programación de la tele y quedaron sin poder ver el partido del fin de semana. A partir de ahí, nos fuimos a regiones lo suficientemente lejanas como para perder cualquier tipo de contacto. Después de varias décadas su sola existencia nos parecía una fantasía, seguras de que ya se habían extinguido incapaces de sobrevivir sin nosotras.
Estando en la región de “Raúl”, con tantos Raúles, me he dado cuenta que sobrevivieron casi a la perfección, que no somos tan imprescindibles como creíamos. Nosotras apoyadas en la ciencia, poseemos grandes reservas de espermatozoides para reproducirnos, sin embargo, ellos también crearon su propio método para no extinguirse, ahora entiendo por qué tanto cuidado en sus cosechas de repollo, y puedo asegurar, aunque resulte increíble, que ya no son un simple “cuentito” los bebes que brotan de ahí.
Los Raúles se caracterizan por ser altamente competitivos, hasta antes de mi llegada ocupaban su tiempo en deportes y nada más que eso. Parece que cada uno lleva inscripto en sus genes la palabra “gano”.
Los Raúles y las Anas nos habíamos convertido en seres totalmente asexuados. Mientras ellos procuraban competir en deportes, dejarse la barba lo más larga posible y dormir largas siestas; nosotras procurábamos competir entre nosotras (el mejor peinado, el mejor vestido) -lo que apoya la creencia ya antigua de que sólo lo hacemos para despertar envidia entre nosotras-, y de no depilarnos - porque esto sí era algo que nos resultaba insoportablemente tedioso a todas-.Mi llegada a “Raúl” marcó un antes y un después. Varios malentendidos surgieron al principio, sin duda no sabían cómo tratar a una mujer y yo a un hombre. Cada vez que me saludaban me golpeaban insoportablemente fuerte en la espalda; yo, los espantaba cada vez que lloraba, nunca entendían si era de angustia o alegría. Lo más emocionante de esta historia, fue cuando empezamos a sentir sensaciones nunca antes experimentadas, esa bronca que les tuve en algún momento se estaba convirtiendo en atracción. Aparentemente, ellos experimentaban lo mismo, al ser tan competitivos imitaron las conductas que parecían atraerme, como por ejemplo, cuando Raúl XV se bañó, como hace rato ninguno lo hacía, enseguida comenzaron a bañarse todos. Pero al cabo de un tiempo, esa competencia se transformó en algo alarmante, hacían todo lo posible por ganarme, obtenerme. Descubrí que estaba teniendo una actitud extremadamente egoísta y comprendí que era el momento oportuno para intentar traer a las otras Anas.

2. III

20 de Agosto de 2366
No fue tarea fácil, pero muchos de nosotros, pudimos experimentar esas sensaciones que sólo existían en mis libros: el pulso acelerado frente a la compañía del otro, el primer beso, agarrarnos de la mano, traspirarlas. Finalmente la “Guerra de los Sexos” terminó, entendimos que nos atraemos justamente porque tenemos muchos lados opuestos, y que esas peleas rutinarias, que no van a desaparecer, son adrenalina pura y lo que nos hace sentir vivos.

13 de Enero de 2368
Querido diario:
A pesar de haber vivido lo inexplicable, hay hechos que no me dejan de sorprender. Al ser cada vez más numerosos, nos hemos encontrado con la necesidad de buscar nuevos territorios donde vivir. Ayer arribamos en una lejana región, cruzando el atlántico. No sólo volvimos a enfrentarnos con la idea de que no éramos los únicos en el mundo, sino descubrimos una tercera región que parece ser una mezcla de Anas y Raúles: “Flor de la V”.