lunes, 12 de mayo de 2008

Parte III. El viajero: "Cuando Ana conoció a Raúl"

21 de febrero de 2365
Querido diario:
En mi afán de reconstruir nuestro pasado y reconociendo cierto empecinamiento particular en los sucesos de la “Gran Guerra de los Sexos” he encontrado al fin el ansiado manuscrito de Ana XX. Muy emocionada, mañana al atardecer, partiré hacia el desértico sur en busca de los restos fósiles de nuestros antepasados “hetero”.

30 de noviembre de 2365
Queridísimo diario:
Mi ausencia por acá no fue injustificada, tengo increíbles novedades. Fueron los seis meses más caóticos, alucinantes y maravillosos, de la historia de la humanidad. Mi visita a la región “Raúl” fue toda una revolución.
Las sorpresas no se hicieron esperar ni al segundo día de mi estadía. Apenas llegué, advertí fallas en el manuscrito de Ana XX; esta región era todo menos desértica: verde por doquier, pájaros revoloteando sobre mi cabeza y un cercano ruido a arroyo. En ese momento pensé que sería un excelente lugar para trasladar a la ya pequeñísima región “Ana”.
Unos días después ocurrió el hecho más aterrador de mi vida. Se posó frente a mí un ser animado que no entraba en el patrón de animal, pero tampoco estaba segura de lo que era, o tal vez sí, pero era totalmente descabellada esa posibilidad. Al cabo de varios segundos de inspecciones mutuas y de ver esa cara barbuda que no hacía más que expresar asombro -que de seguro, en ese último punto era también un claro reflejo de la mía- caí en la cuenta de que esa idea no era una mera posibilidad descabellada, sino una realidad: ese ser era un Hombre. No supe qué decir ni que hacer, salir corriendo espantada, abrazarlo, llorar de tristeza o alegría; todas las acciones parecían fuera de lugar. Al final lo único que me salió fue caer desmayada. Cuando desperté, ya no tenía un hombre frente a mí, sino una multitud de ellos.
Debo confesar que desde niña soñé con un futuro de hombres y mujeres, por eso mi obsesión en estudiar nuestro pasado, en el que convivían ambos sexos. Claramente, esto era un sueño prohibido, inconfesable, ya que significaba una traición hacia mis compatriotas Anas. Nunca entendí por qué nos mantuvimos separados tantos siglos, aunque comparto cierto rencor, ellos fueron los máximos culpables de la “Gran Guerra de los Sexos”: ¿en qué cabeza entra que en vez de lavar la ropa como corresponde se la saque a ventilar; que es más trabajoso afeitarse que depilarse; que es mejor mirar un partido de futbol que escucharnos a nosotras? Pero la gota que rebalsó el vaso y desató la guerra fue cuando ellos nos quitaron el carnet de conducir, ¡semejante reacción!, sólo porque cambiamos la programación de la tele y quedaron sin poder ver el partido del fin de semana. A partir de ahí, nos fuimos a regiones lo suficientemente lejanas como para perder cualquier tipo de contacto. Después de varias décadas su sola existencia nos parecía una fantasía, seguras de que ya se habían extinguido incapaces de sobrevivir sin nosotras.
Estando en la región de “Raúl”, con tantos Raúles, me he dado cuenta que sobrevivieron casi a la perfección, que no somos tan imprescindibles como creíamos. Nosotras apoyadas en la ciencia, poseemos grandes reservas de espermatozoides para reproducirnos, sin embargo, ellos también crearon su propio método para no extinguirse, ahora entiendo por qué tanto cuidado en sus cosechas de repollo, y puedo asegurar, aunque resulte increíble, que ya no son un simple “cuentito” los bebes que brotan de ahí.
Los Raúles se caracterizan por ser altamente competitivos, hasta antes de mi llegada ocupaban su tiempo en deportes y nada más que eso. Parece que cada uno lleva inscripto en sus genes la palabra “gano”.
Los Raúles y las Anas nos habíamos convertido en seres totalmente asexuados. Mientras ellos procuraban competir en deportes, dejarse la barba lo más larga posible y dormir largas siestas; nosotras procurábamos competir entre nosotras (el mejor peinado, el mejor vestido) -lo que apoya la creencia ya antigua de que sólo lo hacemos para despertar envidia entre nosotras-, y de no depilarnos - porque esto sí era algo que nos resultaba insoportablemente tedioso a todas-.Mi llegada a “Raúl” marcó un antes y un después. Varios malentendidos surgieron al principio, sin duda no sabían cómo tratar a una mujer y yo a un hombre. Cada vez que me saludaban me golpeaban insoportablemente fuerte en la espalda; yo, los espantaba cada vez que lloraba, nunca entendían si era de angustia o alegría. Lo más emocionante de esta historia, fue cuando empezamos a sentir sensaciones nunca antes experimentadas, esa bronca que les tuve en algún momento se estaba convirtiendo en atracción. Aparentemente, ellos experimentaban lo mismo, al ser tan competitivos imitaron las conductas que parecían atraerme, como por ejemplo, cuando Raúl XV se bañó, como hace rato ninguno lo hacía, enseguida comenzaron a bañarse todos. Pero al cabo de un tiempo, esa competencia se transformó en algo alarmante, hacían todo lo posible por ganarme, obtenerme. Descubrí que estaba teniendo una actitud extremadamente egoísta y comprendí que era el momento oportuno para intentar traer a las otras Anas.

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