lunes, 12 de mayo de 2008

Parte II. Los que se quedan:

Camino hacia la facultad, Ana escucha comentarios sobre una tal Ana de la que no se sabe nada hace casi tres meses. Le asombra el grado de desinterés con que se habla de esto, como si se tratara de una Ana poco digna. Ahora puede entender que hablaban de lo mismo, y con obvia ironía le deseaban “buen regreso a casa” esas dos viejuchas chismosas del colectivo el lunes pasado.
Antes de llegar a casa, por mera costumbre compra el diario, está cansada de que nunca suceda nada. Mientras sumerge la galletita en el café con leche, con apatía le pega una ojeada. De repente, su actitud cambia rotundamente, se distingue un gran asombro en su cara, expresión pocas veces vista en ella, al leer ese titular que hace referencia a la famosa y polémica historiadora que tanto admira. Desesperada devora el artículo en segundos, y confirma aquella sospecha indeseada: esa Ana de la que tanto se rumoreaba últimamente era MDX, de quien no se supo más luego de haber emprendido su viaje en busca de restos fósiles del pasado “hetero”.
Invadida por un odio descomunal sobre aquellas personas con esos chismes baratos, se acuesta para tratar de dormir, aunque no consigue hacerlo hasta entrada la mañana.
Me perturba terriblemente el retraso de MDX, no quiero ni conjeturar sobre ello, sólo ruego que se encuentre en perfectas condiciones. Mi admiración por ella se acrecienta día a día, esa valentía, constancia y amor por su trabajo. El compartir algo en común, nostalgia del pasado con acontecimientos verdaderamente interesantes y para nada aburridos como la actualidad rutinaria, es lo que me une a ella, lo que me hace sentir menos sola e incomprendida. Hoy más que nunca siento una conexión única. Me resulta inconcebible que todas, o por lo menos en apariencia, sientan antipatía o rencor hacía Ana MDX, pero me consuela el pensar que las otras no hacen más que reprimir sus verdaderos deseos.
Ana se volvió a quedar dormida por segunda vez en la semana, el nuevo despertador no volvió a sonar cuando debía -todavía no se acostumbra a tener que ponerle el a.m o p.m según corresponda-. Esto no fue un simple hecho aislado, fue cuestión del Destino que haría que esa mañana se quedara en su casa. Pero como el destino no funciona en abstracto, depende de instrumentos que lo ejecuten, y que a veces hacen las cosas aunque sea “medio” mal, esa mañana –por culpa del despertador, o de su despiste- perdió el parcial que definía una materia, pero por otro lado, recibió aquel sobre revelador, que contenía el diario de viaje de Ana MDX.

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