El evento se llamaba “Fiesta Clandestina” y, al menos en un primer momento, tuve mis dudas de asistir. Luego me explicaron que era una reunión de distintas formas de arte: música, cine y fotografías: una serie de recitales, “clowns” animando la fiesta, malabaristas y proyecciones de cortometrajes. Fue allí cuando una mezcla de sensaciones, de curiosidad y entusiasmo me empujaron hasta aquel boliche en el barrio de Colegiales.
La ubicación del boliche era en Federico Lacroze y Alvarez Thomas, un antiguo teatro, reformado y reciclado, en el corazón de Colegiales. Las puertas abrían a medianoche, sin embargo nosotros llegamos –intencionalmente- casi una hora más tarde. La cola de gente era larga pero nos armamos de paciencia y buscamos donde ubicarnos, aunque no tuvimos que esperar demasiado ya que gracias a los comentarios de las personas allí y a una especie de encargado que recorrió la cola preguntando, descubrimos que los que ya teníamos entrada podíamos ingresar directamente. En ese momento le agradecí a un amigo quien se tomó la molestia de ir a comprar las entradas anticipadas horas atrás.
Al asistir a este tipo de eventos uno generalmente piensa con qué tipo de gente se podría encontrar, con qué “ambiente”, tal vez por una cuestión de prevención, de seguridad, o para ver cuan integrado y cómodo se sentiría. En este sentido yo era un pez en el agua. Todas las personas allí presentes parecían salidas de mi escuela secundaria o quizás de mi Facultad, estoy muy segura que casi todos los presentes compartíamos los mismos gustos e intereses y que, probablemente “en otra vida” habríamos sido excelentes amigos.
A los minutos de haber ingresado al boliche, las luces generales se apagaron, el escenario central se iluminó y una banda de rock rioplatense, “El cuarteto de nos”, inundó el lugar con el sonido de guitarras, bajo y batería. La gente enloqueció, saltó y acompañó al cantante. Yo conocía pocas canciones de la banda así que no pude hacer lo mismo. A pesar de esto fue una excelente experiencia: la banda le puso muchísimo entusiasmo y “onda”, y la gente transmitía una gran energía.
Aproximadamente quince canciones después, “El cuarteto de nos” se despidió con reverencias y agradecimientos, y el boliche volvió a una especie de estado de tranquilidad. Esto tampoco duró mucho ya que minutos más tarde la música del lugar fue opacada por una melodía alegre y eufórica. La gente ubicada en el centro de la pista de baile comenzó a abrirse dejando un gran círculo libre, el cual fue ocupado por media docena de payasos –“Clowns”-. Con un aire de burla y chiste llevaron adelante una serie de números que implicaban malabares, equilibrio y bromas entre ellos. Incluso llegó un momento donde sacaron a gente del público para invitarlos a jugar carreras con autitos de juguete. Finalmente, fueron invitando a más y más personas, esta vez a bailar, hasta que volvimos al estado anterior: un boliche pero ahora con payasos y más diversión.
A partir de este momento, el “ambiente” del que hablé comenzó a cambiar. Aparecieron muchos “hippies” y el aire fue invadido por un olor muy poderoso y distintivo. Asimismo, otra banda tomó control sobre el escenario, esta vez tocaban música reggae y se llamaban “Pampa Yakuza“. A pesar de que la gente estaba igual de entusiasmada y enérgica que con la primer banda, no sentí lo mismo, o tal vez sea que ese tipo de música no me cautiva demasiado. Decidí alejarme del escenario principal y explorar el segundo piso, donde había otro escenario y donde, supuestamente, habría una proyección de cortometrajes. Para mi decepción, el escenario estaba pero encargados de lugar lo habían clausurado.
Por minutos recorrí el boliche con la esperanza de encontrar alguna actividad o algo que me atrapé como la primer banda o los payasos, sin embargo toda la atención estaba centrada en la nueva banda. Fue así como pasadas las cuatro de la mañana decidí iniciar el viaje de vuelta a casa.
Al otro día me enteré que no hubo grandes cambios en la fiesta luego de mi partida. Lo único que me llamó la atención y que lamento haber perdido fue un desayuno inesperado donde regalaron churros cerca de las seis de la mañana. Pero, de todos modos, la “Fiesta clandestina” resultó no serlo poco.
La ubicación del boliche era en Federico Lacroze y Alvarez Thomas, un antiguo teatro, reformado y reciclado, en el corazón de Colegiales. Las puertas abrían a medianoche, sin embargo nosotros llegamos –intencionalmente- casi una hora más tarde. La cola de gente era larga pero nos armamos de paciencia y buscamos donde ubicarnos, aunque no tuvimos que esperar demasiado ya que gracias a los comentarios de las personas allí y a una especie de encargado que recorrió la cola preguntando, descubrimos que los que ya teníamos entrada podíamos ingresar directamente. En ese momento le agradecí a un amigo quien se tomó la molestia de ir a comprar las entradas anticipadas horas atrás.
Al asistir a este tipo de eventos uno generalmente piensa con qué tipo de gente se podría encontrar, con qué “ambiente”, tal vez por una cuestión de prevención, de seguridad, o para ver cuan integrado y cómodo se sentiría. En este sentido yo era un pez en el agua. Todas las personas allí presentes parecían salidas de mi escuela secundaria o quizás de mi Facultad, estoy muy segura que casi todos los presentes compartíamos los mismos gustos e intereses y que, probablemente “en otra vida” habríamos sido excelentes amigos.
A los minutos de haber ingresado al boliche, las luces generales se apagaron, el escenario central se iluminó y una banda de rock rioplatense, “El cuarteto de nos”, inundó el lugar con el sonido de guitarras, bajo y batería. La gente enloqueció, saltó y acompañó al cantante. Yo conocía pocas canciones de la banda así que no pude hacer lo mismo. A pesar de esto fue una excelente experiencia: la banda le puso muchísimo entusiasmo y “onda”, y la gente transmitía una gran energía.
Aproximadamente quince canciones después, “El cuarteto de nos” se despidió con reverencias y agradecimientos, y el boliche volvió a una especie de estado de tranquilidad. Esto tampoco duró mucho ya que minutos más tarde la música del lugar fue opacada por una melodía alegre y eufórica. La gente ubicada en el centro de la pista de baile comenzó a abrirse dejando un gran círculo libre, el cual fue ocupado por media docena de payasos –“Clowns”-. Con un aire de burla y chiste llevaron adelante una serie de números que implicaban malabares, equilibrio y bromas entre ellos. Incluso llegó un momento donde sacaron a gente del público para invitarlos a jugar carreras con autitos de juguete. Finalmente, fueron invitando a más y más personas, esta vez a bailar, hasta que volvimos al estado anterior: un boliche pero ahora con payasos y más diversión.
A partir de este momento, el “ambiente” del que hablé comenzó a cambiar. Aparecieron muchos “hippies” y el aire fue invadido por un olor muy poderoso y distintivo. Asimismo, otra banda tomó control sobre el escenario, esta vez tocaban música reggae y se llamaban “Pampa Yakuza“. A pesar de que la gente estaba igual de entusiasmada y enérgica que con la primer banda, no sentí lo mismo, o tal vez sea que ese tipo de música no me cautiva demasiado. Decidí alejarme del escenario principal y explorar el segundo piso, donde había otro escenario y donde, supuestamente, habría una proyección de cortometrajes. Para mi decepción, el escenario estaba pero encargados de lugar lo habían clausurado.
Por minutos recorrí el boliche con la esperanza de encontrar alguna actividad o algo que me atrapé como la primer banda o los payasos, sin embargo toda la atención estaba centrada en la nueva banda. Fue así como pasadas las cuatro de la mañana decidí iniciar el viaje de vuelta a casa.
Al otro día me enteré que no hubo grandes cambios en la fiesta luego de mi partida. Lo único que me llamó la atención y que lamento haber perdido fue un desayuno inesperado donde regalaron churros cerca de las seis de la mañana. Pero, de todos modos, la “Fiesta clandestina” resultó no serlo poco.
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