Toda una experiencia nueva fue ir al Malba. En primer lugar porque nunca fui sola al cine, al teatro, ni a conciertos, siempre trato de buscar algún acompañante, y si no lo encuentro directamente no voy. Justamente esto fue lo que me vino pasando hace semanas, entraba a la página Web a ver las propuestas, me anotaba las que me resultaban más interesantes pero volvía a quedar postergado. La falta de acompañante no era motivo sólo por la descoordinación de horario, sino más que nada por lo que implica ir ver estos tipos de película: esta claro que el cine independiente, alternativo ó cualquiera que sea distinto al masivo, no es para todos, y aún para los que les gusta un poco –en el grupo al que me incluyo- para ir hay que tener un humor particular. A veces uno prefiere bajarlas de Internet, o ir al cine por mero entretenimiento, es decir, cine comercial, Hollywood.
Resignada a encontrar un acompañante y ante la necesidad de hacer urgentemente una crónica, me arme de coraje y fui. Claro, la experiencia me dice que tengo que llegar temprano o por lo menos averiguar antes de ir si quedan entradas. Era tan sólo preventivo ya que mi sentido común decía –correctamente- que un domingo, día del padre a las 14 horas no habría mucha gente, es más temía estar sola en la sala.
En esta oportunidad logré conocer al Malba no sólo por fuera -como en mi intento fallido de meses atrás en el BAFICI, las entradas estaban agotadas- sino por dentro. Me resultó agradable su infraestructura: afuera estilo arquitectónico, adentro techos altos, paredes extremadamente blancas, todo muy limpio, espacioso y modernoso.
Ya en la sala me contento con ver que no voy a estar tan sola, una señora mayor de 60 años esperaba comiendo una banana, una pareja también un poco mayor se estaba sentando, y más adelante dos mujeres adultas. Apenas empezada la película entran tres personas jóvenes.
Asistí al periodo en el que el cine Malba muestra la temática de “el nuevo cine” y comenta al respecto: “(…) se trata del cine del pasado que más vivo se mantiene en el presente.” “En principio fue el Neorrealismo y pocos años después todo el mundo tenía un cine nuevo, que desde varios frentes simultáneos puso en cuestión la hegemonía de Hollywood. Fue un cine que reemplazó la certeza por la indagación, que asumió un compromiso explícito con las diversas realidades de las que surgió, que renovó temas, formas y convenciones, que quiso lidiar con todo aquello que hasta entonces estaba ausente de la representación cinematográfica.”
La película “El fuego” de Vilgot Sjöman es sueca, en blanco y negro. Trata de un amor, o mejor dicho, de una relación incestuosa entre dos hermanos de la aristocracia del siglo XVIII. Las palabras fuego, deseo, pecado, ocultamiento y castigo ciñen la película. Todo eso no concierne sólo a los dos hermanos, sino también a varios personajes que se enfrentan a esas situaciones a los que ellos mismos denominan pecaminosas, como la de un cura con una joven, la de una campesina con un hijo “deficiente” sin padre.
El conflicto máximo comienza cuando la hermana decide casarse con otro hombre poderoso. Antes de que eso suceda, los hermanos hacen caso a sus deseos y tienen su primera relación sexual.
Todas estas conflictivas relaciones de la alta sociedad suceden ante los ojos de la servidumbre y campesinos. Cierta incomodidad me generaba esto, ya que en cada encuentro de los dos personajes siempre era muy visible una tensión, algo extraño, algo que estaba demás para una relación de hermanos.
Fue su final lo que me despertó curiosidad y lo que me sedujo para ir a verla, ya que su argumento decía que era uno de los más grandes de la historia del cine. Mi punto de vista considera un poco exagerada esa apreciación, tal vez porque tenía grandes expectativas, aunque ello no le quite mérito. La últimas palabras que se pronuncian: “es un bebé sano”, como esperando lo contrario, me remitió a “cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, en donde atendí por primera vez al mito de que los bebés engendrados por parientes nacen con cola de chancho.
Al salir de la sala me encuentro con un mundo de gente adulta y jóvenes, unos cuantos extranjeros, todos muy bien alineados, con un estilo bien definido, se podría decir que la mayoría de clase alta. Supuse que esa gran concurrencia era por la visita del director y músico Vicente Gallo, de quien no tengo conocimiento alguno, por eso no me despertó mucho interés, además mi panza pedía a gritos comida, ya eran casi las dieciséis horas.Vuelvo a mi casa muy conforme con la película y mi experiencia, generalmente vacilo mucho ante este tipo de películas –sobre todo las de blanco y negro, viejas- porque no se si me van a atraer, ahora advierto que en general es sólo falta de costumbre.
Resignada a encontrar un acompañante y ante la necesidad de hacer urgentemente una crónica, me arme de coraje y fui. Claro, la experiencia me dice que tengo que llegar temprano o por lo menos averiguar antes de ir si quedan entradas. Era tan sólo preventivo ya que mi sentido común decía –correctamente- que un domingo, día del padre a las 14 horas no habría mucha gente, es más temía estar sola en la sala.
En esta oportunidad logré conocer al Malba no sólo por fuera -como en mi intento fallido de meses atrás en el BAFICI, las entradas estaban agotadas- sino por dentro. Me resultó agradable su infraestructura: afuera estilo arquitectónico, adentro techos altos, paredes extremadamente blancas, todo muy limpio, espacioso y modernoso.
Ya en la sala me contento con ver que no voy a estar tan sola, una señora mayor de 60 años esperaba comiendo una banana, una pareja también un poco mayor se estaba sentando, y más adelante dos mujeres adultas. Apenas empezada la película entran tres personas jóvenes.
Asistí al periodo en el que el cine Malba muestra la temática de “el nuevo cine” y comenta al respecto: “(…) se trata del cine del pasado que más vivo se mantiene en el presente.” “En principio fue el Neorrealismo y pocos años después todo el mundo tenía un cine nuevo, que desde varios frentes simultáneos puso en cuestión la hegemonía de Hollywood. Fue un cine que reemplazó la certeza por la indagación, que asumió un compromiso explícito con las diversas realidades de las que surgió, que renovó temas, formas y convenciones, que quiso lidiar con todo aquello que hasta entonces estaba ausente de la representación cinematográfica.”
La película “El fuego” de Vilgot Sjöman es sueca, en blanco y negro. Trata de un amor, o mejor dicho, de una relación incestuosa entre dos hermanos de la aristocracia del siglo XVIII. Las palabras fuego, deseo, pecado, ocultamiento y castigo ciñen la película. Todo eso no concierne sólo a los dos hermanos, sino también a varios personajes que se enfrentan a esas situaciones a los que ellos mismos denominan pecaminosas, como la de un cura con una joven, la de una campesina con un hijo “deficiente” sin padre.
El conflicto máximo comienza cuando la hermana decide casarse con otro hombre poderoso. Antes de que eso suceda, los hermanos hacen caso a sus deseos y tienen su primera relación sexual.
Todas estas conflictivas relaciones de la alta sociedad suceden ante los ojos de la servidumbre y campesinos. Cierta incomodidad me generaba esto, ya que en cada encuentro de los dos personajes siempre era muy visible una tensión, algo extraño, algo que estaba demás para una relación de hermanos.
Fue su final lo que me despertó curiosidad y lo que me sedujo para ir a verla, ya que su argumento decía que era uno de los más grandes de la historia del cine. Mi punto de vista considera un poco exagerada esa apreciación, tal vez porque tenía grandes expectativas, aunque ello no le quite mérito. La últimas palabras que se pronuncian: “es un bebé sano”, como esperando lo contrario, me remitió a “cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, en donde atendí por primera vez al mito de que los bebés engendrados por parientes nacen con cola de chancho.
Al salir de la sala me encuentro con un mundo de gente adulta y jóvenes, unos cuantos extranjeros, todos muy bien alineados, con un estilo bien definido, se podría decir que la mayoría de clase alta. Supuse que esa gran concurrencia era por la visita del director y músico Vicente Gallo, de quien no tengo conocimiento alguno, por eso no me despertó mucho interés, además mi panza pedía a gritos comida, ya eran casi las dieciséis horas.Vuelvo a mi casa muy conforme con la película y mi experiencia, generalmente vacilo mucho ante este tipo de películas –sobre todo las de blanco y negro, viejas- porque no se si me van a atraer, ahora advierto que en general es sólo falta de costumbre.
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